lunes, 1 de agosto de 2011

Enrico Caruso "El Rey de los Tenores

Enrico Caruso
"Rey de los tenores", "la voz del siglo" y otros posibles calificativos salen al paso al ocuparnos de Enrico Caruso. Arquetipo de tenor, auténtico divo, generador de un mito y una realidad de la ópera: la atracción que ejerce el ídolo en una época de cambios como la que le tocó vivir. Ciertamente las particularidades insólitas de su garganta, la incomparable personalidad del cantante sentaron un modelo para la cuerda de tenor que trascendió en todo el resto del siglo XX. El muchacho de modesta condición que cantaba en las calles de Nápoles, donde llegó al mundo el 25 de febrero de 1873, como así también en las plazuelas y en los balnearios. Luego, descubierta su afición y vocación por el canto, el emprendimiento de sus estudios hasta debutar en la misma ciudad en el Teatro Nuovo en 1894 con L'amico Francesco de Morelli, tan olvidada hoy como su autor. Siguieron luego teatros italianos y enseguida los internacionales; la creación de roles en significativos estrenos mundiales, como La Arlesiana (1897) y Adriana Lecouvreur (1902) ambas de Cilea, en el Lírico de Milán; Vedara de Giordano (1898) o Germania de Franchetti dos años antes en La Scala, óperas y compositores que coadyuvaron con él en la definición de personajes veristas tipificándolos en una época de transformación y orientación temática del arte lírico peninsular.Para entonces ya tenía en gola el Canio de I Pagliacci, uno de sus éxitos colosales (su "Vesti la giubba" hizo y seguirá haciendo época). Más teatros líricos y su pronta aparición en Buenos Aires en la desaparecida Ópera de la calle Corrientes a partir de 1899 cuando debutó con Fedora y cantó cuatro temporadas. Y de pronto, en noviembre de 1903 un acontecimiento que gravitaría en su carrera lírica, el ingreso al Metropolitan Opera House de Nueva York, el teatro de su reinado exclusivo, de la idolatría de un público que lo reclamaba siempre y donde cantó 18 temporadas hasta 1920; donde intervino en 607 funciones, con 37 óperas, entre ellas 76 veces I Pagliacci, 64 veces Aida y así siguiendo. También estrenos (La Fanciulla del West, dirigida por Toscanini en 1910) y una cadena de éxitos. En suma, un reinado que no le impidió cantar ocasionalmente en otros grandes teatros, como el Colón (1915 y 1917), la Ópera de París, la de Viena, Budapest y teatros alemanes, entre otros. Pero el Met era ya su casa, como Nueva York era su ciudad, donde residía y colateralmente los estudios discográficos requerían de continuo su presencia. Fue para el gramófono lo que el mejor medio publicitario para un producto. Caruso dejó impresas -entre 1901 y 1920- unas 265 grabaciones, de las cuales 233 pertenecen al sello Victor estadounidense, del que se hizo exclusivo.Nadie como él contribuyó tanto a cimentar el éxito del novedoso sistema. Su voz fonogénica era captada en las viejas placas acústicas con extrema fidelidad. Su voz se introducía en los hogares de miles de norteamericanos y de otras partes del mundo. Enfermo de pleuresía, el tenor más mimado de la historia lírica volvió a su Nápoles natal y el 2 de agosto de 1921, a los 48 años, dejaba consternado al mundo del arte. Se había ido el ídolo venerado, el arquetipo de tenor italiano, cuyos restos embalsamados siguen sosteniendo su mito.Ciertamente las particularidades insólitas de su garganta, la incomparable personalidad del cantante sentaron un modelo para la cuerda de tenor que trascendió en todo el resto del siglo. Caruso quedó y quedará como un modelo, fuente de inspiración y enseñanza permanente. En sus primeros años -cuando le escucharon nuestras generaciones pretéritas- era un tenor de medios líricos. Le costó adquirir el dominio del portentoso Do agudo, hecho que los primitivos registros revelan. Así pues, se daba una primera etapa de su carrera donde, a la inconfundible belleza del timbre se unía la musicalidad innata y un estilo decididamente propio. Pero todo eso se afianzó con los años en una maduración artística singular. Cobró un centro de voz con reflejos baritonales, consistente, mórbido, y sacaba el rutilante agudo con inigualado dominio técnico. Sus composiciones de personajes también se hicieron plenas y al absoluto dominio del canto, el inconfundible legato, las inflexiones ricas, la sensualidad del fraseo, se unía el intérprete comunicativo, sincero. Sus interpretaciones cobraban -no encontramos otro término mejor y más adecuado para codificarlas- una autenticidad carusiana.Porque llegaba en un momento en que amalgamaba al tenor de depurada escuela romántica, verdiana y posverdiana, con el naciente verismo, cultivaba también la ópera francesa y estudió a fondo su repertorio. Llegó a ser un prototipo tenoril, el lírico-spinto por antonomasia, clarificando de allí en más esta tipología vocal. Por eso la importancia de su legado e inevitable influencia, como decíamos. ¿Dónde preferirlo? Difícil contestar. ¿Cómo encontrar mejor modelo para Canio, Mario, Turiddu, Des Grieux, Dick o Rodolfo en el terreno verista, Radamés, Manrico o Don Alvaro en el verdiano; Eleazar en La Juive (último papel que cantó en su vida, en la Nochebuena de 1920), Don Rodrigo (Le Cid), o también en los roles meyerbeerianos? Esto por citar algunas partes en que no encontraba parangón en su época. Porque Caruso tenía, amén de su privilegiada voz, personalidad, autoridad y todo el carisma del ídolo.
Fuente: libro "Historia de los Cantantes líricos" de Néstor EchevarriaEditorial Claridad

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